Theodora Markovitch decidió cambiarse el nombre. Pasó a llamarse Dora Maar. Criada en Buenos Aires desde los tres a los 19 años, vivió en un ambiente hostil de padres distanciados. Apasionada por la fotografía, quiso ser ayudante de Man Ray, pero éste la rechazó. Conoció al joven Cartier—Bresson, a Claude Brassaï, el retratista húngaro afecto a las malas calles y a las putas envueltas en un recodo de sombra, y mantuvo una sociedad con Pierre Krefer.
El amor tumultuoso de su primera juventud fue Georges Bataille: la introdujo en los secretos de prácticas amatorias poco convencionales, de tal modo que cuando la conoció Picasso, primero en un rodaje de Jean Renoir y luego en un café de París, Dora Maar arrastraba una importante leyenda erótica. Paul Eluard fue quien los presentó y pronto se estableció una compleja relación de creación y destrucción, de amor y promiscuidad, entre ellos.
Picasso, el fauno genial, el trabajador incesante, seguía compartiendo algunos momentos con Olga Kokhlova, que se alejaba de su vida, y con la bellísima y futura suicida Marie-Therese Walker. Aunque la personalidad arrolladora de Dora Maar le cautivó. Dora hacía fotomontajes, retratos, desnudos y reportaje social, y era una admirable fotógrafa con fuerza y sensibilidad.
Picasso la vampirizó y ella también se dejó sojuzgar. Era dichosa sabiéndose deseada por el genio. Fue abandonando lentamente las cámaras y se encaminó hacia el lienzo.. Picasso la pintó muchas veces siempre con un rictus grave, entre amargo y desesperado. No sólo poseía un cuerpo montaraz, casi fornido, sino una voz fuerte, elegante y segura que provocaba el embeleso.
En 1946, después de diez años de disputas y amarguras, Françoise Gilot la reemplazó en el corazón del artista. Ella decidió retirarse del mundo, destruida y melancólica (“Después de Picasso, sólo Dios”, dijo), y se convirtió en una ermitaña que falleció medio siglo más tarde, en 1997. Este argumento fue la materia central del montaje del Teatro del Temple “Picasso adora la Maar”, con espléndida dirección de Carlos Martín y un magnífico texto de Alfonso Plou.
*Un «Retrato de Dora Maar», que Picasso pintó el 27 de marzo de 1939, se ha integrado en las colecciones del Reina Sofía. La obra ha sido entregada en concepto de dación (pago de impuestos) por Caja Madrid. Este óleo sobre tabla ha costado 4,2 millones de euros.
El amor tumultuoso de su primera juventud fue Georges Bataille: la introdujo en los secretos de prácticas amatorias poco convencionales, de tal modo que cuando la conoció Picasso, primero en un rodaje de Jean Renoir y luego en un café de París, Dora Maar arrastraba una importante leyenda erótica. Paul Eluard fue quien los presentó y pronto se estableció una compleja relación de creación y destrucción, de amor y promiscuidad, entre ellos.
Picasso, el fauno genial, el trabajador incesante, seguía compartiendo algunos momentos con Olga Kokhlova, que se alejaba de su vida, y con la bellísima y futura suicida Marie-Therese Walker. Aunque la personalidad arrolladora de Dora Maar le cautivó. Dora hacía fotomontajes, retratos, desnudos y reportaje social, y era una admirable fotógrafa con fuerza y sensibilidad.
Picasso la vampirizó y ella también se dejó sojuzgar. Era dichosa sabiéndose deseada por el genio. Fue abandonando lentamente las cámaras y se encaminó hacia el lienzo.. Picasso la pintó muchas veces siempre con un rictus grave, entre amargo y desesperado. No sólo poseía un cuerpo montaraz, casi fornido, sino una voz fuerte, elegante y segura que provocaba el embeleso.
En 1946, después de diez años de disputas y amarguras, Françoise Gilot la reemplazó en el corazón del artista. Ella decidió retirarse del mundo, destruida y melancólica (“Después de Picasso, sólo Dios”, dijo), y se convirtió en una ermitaña que falleció medio siglo más tarde, en 1997. Este argumento fue la materia central del montaje del Teatro del Temple “Picasso adora la Maar”, con espléndida dirección de Carlos Martín y un magnífico texto de Alfonso Plou.
*Un «Retrato de Dora Maar», que Picasso pintó el 27 de marzo de 1939, se ha integrado en las colecciones del Reina Sofía. La obra ha sido entregada en concepto de dación (pago de impuestos) por Caja Madrid. Este óleo sobre tabla ha costado 4,2 millones de euros.
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